COP 29: Otra conferencia vacía

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Considerándolo detenidamente, parece que, una vez más —y esta sería la vigésima novena ocasión—, el tema se aborda con una lentitud desesperante. Ante la apocalipsis climática, anunciada como mínimo desde hace 29 años, cabe preguntarse: ¿se trata de ineptitud o, peor aún, de una absoluta falta de voluntad para actuar?




Las cumbres climáticas son encuentros anuales organizados por la ONU, en las que líderes globales y otros actores relevantes abordan compromisos y estrategias para la lucha contra el cambio climático. La celebrada hace pocos días en Bakú, Azerbaiyán , ha sido la COP número 29. Las COP van ampliando sus objetivos, no solo pintan en verde el clima, sino también de blanco la política. El señor Aliyev, que es la persona que manda en Azerbaiyán, espera que la imagen de Bakú y su participación en las negociaciones climáticas hayan conseguido blanquear su reputación y alejar la atención del lado más oscuro de su política, política que muestra claros signos de régimen autoritario, en las que se destacan la ausencia de libertad de expresión, de reunión, etcétera. En palabras del líder de la oposición, Sr. Ali Karimli, del partido Frente Popular de Azerbaiyán, la hipocresía de celebrar la conferencia climática en un petroestado, donde más del 90% de las exportaciones son petróleo y gas, dice muy poco de asumir la responsabilidad ambiental.

La «COP de las finanzas», como se ha  denominado, ha logrado  acordar el incremento de los fondos destinados a apoyar a países en desarrollo, priorizando la transición energética. En 2021, en Glasgow, los asistentes se comprometieron a establecer un «Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado» ( NCQG , por sus siglas en inglés) para la financiación climática, que iría más allá de los 100.000 millones de dólares anuales. Ahora, en la COP 29, se establece un nuevo «objetivo cuantificado colectivo sobre financiación climática» para alcanzar los objetivos repetidos hasta la saciedad: 1) mantener la temperatura media mundial por debajo de los 2 °C y proseguir los esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C; 2) aumentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático; y 3) hacer que los flujos de financiación sean coherentes con una trayectoria hacia un desarrollo con bajas emisiones. El nuevo objetivo, curiosamente adoptado dos días después de la clausura de la conferencia, fijó una nueva cifra realista y adaptada a las nuevas necesidades de los países en vías de desarrollo, destinada  a cubrir las tres necesidades básicas de financiación: inversión privada en energía renovable; pago a los países pobres por cerrar las plantas de carbón y mantener intactas las selvas tropicales (lo que permite almacenar el carbono); y la tercera, la financiación de la «adaptación», una cuestión verdaderamente muy difusa para hacer frente a un planeta más cálido. A pesar de que la nueva propuesta de financiación no resuelve ni la crisis climática ni las necesidades de los países vulnerables, se ha dado un pequeño avance. Se ha acordado un objetivo de 300 mil millones de dólares anuales -que no necesariamente deben proceder de los países desarrollados-  hasta el 2035, si bien, se trata de una cifra muy lejana a la que los países en desarrollo demandaban para adaptarse al cambio climático y adoptar energías limpias (1,3 billones de dólares anuales).

Además de la cuestión financiera, la conferencia ha acordado actualizar otras metas climáticas más ambiciosas, con la finalidad de cumplir con el límite de 1,5 °C de calentamiento. También se llegó a un acuerdo respecto de los  estándares de los mercados de carbono regulados, promoviendo intercambios justos y efectivos. En este ámbito, el objetivo principal de la reunión era resolver una cuestión pendiente de las COP anteriores. En 2015, en el acuerdo de París -COP 21- ya se decía que el sistema necesitaba nuevas reglas para el comercio de créditos de carbono. La COP ha aprobado normas para que los países puedan identificar y comercializar créditos de carbono, pero sin plazos claros ni garantías de transparencia, y sin consecuencias para los países que incumplan, más allá de ser señalados. También se ha establecido un sistema complejo para el comercio de créditos, con un impuesto del 5% destinado a proyectos de adaptación en países en desarrollo y nuevas salvaguardas para pueblos indígenas. Sin embargo, se han rechazado otras medidas clave, como la que aseguraba que el carbono eliminado de la atmósfera se mantuviera bloqueado por siglos.

Considerándolo detenidamente, parece que, una vez más —y esta sería la vigésima novena ocasión—, el tema se aborda con una lentitud desesperante. Ante la apocalipsis climática, anunciada como mínimo desde hace 29 años, cabe preguntarse: ¿se trata de ineptitud o, peor aún, de una absoluta falta de voluntad para actuar? Los objetivos establecidos exigen acelerar la transición hacia sistemas libres de emisiones para mediados del siglo, fomentar la cooperación internacional para democratizar el acceso a tecnologías limpias y promover inversiones en infraestructura. Ninguno de estas cuestiones, se ha tratado de forma concreta, es decir, en detalle, buscando superar obstáculos visiblemente claros. Es necesario incluir estrategias serias y objetivos específicos, pues todavía seguimos con compromisos genéricos y cargados de buenas intenciones. Si se hubiera actuado con el COVID del mismo modo que se está haciendo con el clima, después de 29  años, media humanidad no existiría.

 

 

Eduardo Espejo Iglesias

FIDE Tax & Legal